Narraba un día el gran
Feynman una anécdota en clase, una historia sobre
Hans Bethe. Resulta que Bethe andaba buscando cómo podían las estrellas producir su energía. Unos cuantos años antes, Lord Kelvin, del que ya hemos hablado en esta bitácora, había predicho que la edad de la tierra era de pocos millones de años, pues ése era el tiempo que necesitaría el sol para consumirse. Kelvin se equivocó aquí, pues cuando pronunció su errónea predicción aún no se conocía la energía nuclear. Bethe encontró dos mecanismos, la cadena
protón-protón y el
ciclo CNO (Carbono - Nitrógeno - Oxígeno), que explicaban a la perfección no sólo por qué el Sol brilla tanto y durante tanto tiempo, sino también la abundancia relativa de elementos químicos en el Universo (esto es, por qué al mirar con un espectrógrafo enchufado a un telescopio descubrimos que en el Universo hay un 75% de hidrógeno, un 24% de helio y sólo un 1% de elementos más pesados -de los cuales estamos hechos, por cierto-). Al salir del laboratorio el día que había encontrado este mecanismo, feliz como sólo un científico que sabe que ha descubierto algo grande puede estarlo, quedó con su novia. Al pasear por la noche, la novia le dijo que las estrellas estaban realmente preciosas esa noche. Hans Bethe la miró y le dijo -"Sí, son hermosas, pero en estos momentos soy la única persona en el mundo que sabe por qué brillan"-. La novia le miró, sonrió, no dijo nada, volvió a mirar las estrellas y siguió paseando.
Feynman concluía la anécdota diciendo, con su media sonrisa torcida, "Estimados alumnos,
es triste sentirse solo, pero un físico no debe amilanarse por este hecho".