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Ya ha pasado todo. Nanosat está volando, y todo el mundo en Tierra ha descansado por fin. La historia de este lanzamiento ha estado muy bien. Vaya para mis lectores un breve resumen:
A las 17:30, todo el mundo, y quiero decir todo el mundo, estaba reunido en la carpa espacial del INTA para ver el lanzamiento por videoconferencia desde Kourou, en la Guayana Francesa (Nota mental: decirles a los periodistas que es Guayana, y no Guyana, que eso es en inglés o francés). Había unas 250 personas en la gran carpa. Comenzó presentando la misión José Torres, jefe del Nanosat. Cinco minutos antes del lanzamiento conectamos en directo con Kourou, donde se ultimaban los preparativos. Se nos dijo que en la Guayana la temperatura era de 34 grados, con un 90% de humedad, y el técnico de la carpa entendió que eso era lo que querían, así que subió al máximo la calefacción hasta que todos rompimos a sudar (aumentando así el nivel de humedad de la carpa hasta el 90%, por supuesto). El despegue fue bastante soso, como suele serlo todo lo francés, pero la novedad de una cuenta atrás en gabacho no estuvo mal: sanc, catg, tguá, dé, an, ... ¡décollage! Luego, el despegue fue rápido y limpio. El Ariane V es un pedazo de bicho, un cohete de hasta 55 metros y 750 toneladas (los buques patrulleros de la Armada pesan 300 toneladas, y no vuelan. Algún día contaré la historia de cómo rompí un barco de la Armada y no me pasó nada...). A los pocos segundos del lanzamiento, cuando la cámara seguía al cohete, de repente todo se volvió de un color gris difuso. Varios de los asistentes se acojonaron pero de verdad, aunque lo único que había ocurrido es que el cohete atravesaba una capa de nubes. Ariane siguió ascendiendo aceleradamente, alcanzando un pico de velocidad de ocho kilómetros y medio por segundo, o, en román paladino, unos 30.000 km/h. Nostamal. Los propulsores auxiliares se soltaron justo en el momento debido y todo salió a la perfección. Pero aún no había acabado todo: era la hora de los canapés. Estuvimos un par de horas con cervecillas, comentando las jugadas y enseñando a los visitantes algunos de los experimentos que iban a bordo del satélite. Nanosat está en órbita polar, lo que significa que rodea la Tierra yendo de polo a polo, y pasando cada vuelta por encima (más o menos) de Madrid. La primera pasada operativa (esto es, con el satélite desplegado y emitiendo) iba a ser a las dos y media de la madrugada. Eran las ocho de la tarde, así que teníamos un rato libre. Nos fuimos a tomar unas cañas, unas cuantas cañas, acompañadas de un selecto surtido de quesos canarios y demás delicatessen. Vimos el telediario de las 9 de TVE, en el que Nanosat abría como noticia de portada. Los gritos se oyeron a tres manzanas. Cuando se acercaba la hora de la primera pasada, el ambiente era mucho menos festivo. Las dudas inundaban al equipo técnico, que aguardaba en el edificio de antenas del INTA: ¿Habrá podido cargar las baterías con los paneles solares? ¿Estará emitiendo correctamente? ¿Lo oiremos? ¿Habrá superado las vibraciones del despegue? ¿La Ley de Murphy se aplica en festivo, o nos salvaremos? A las 2:25 el ambiente era ominoso. Los nervios habían silenciado el ambiente, y lo único que hacíamos todos era mirar el mapa terrestre dibujado en la pantalla del ordenador, sobre el que se dibujaba la trayectoria prevista del Nanosat. Se estimaba que lo "oiríamos" cuando estuviera a 10º sobre el horizonte, pero el primer "blip" llegó cuando tan sólo estaba a 4º. Recién "amanecido". Las señales las emitía cada minuto, así que llegó un minuto de tensa espera hasta que llegó la segunda comunicación, momento en el que todo el mundo empezó a dar saltos de alegría. Como en la NASA, pero con unas aceitunillas sobre la mesa. Nanosat estaba sobre nosotros, vivo y emitiendo. Éxito. Ahora comienza el trabajo de montar los experimentos y las comunicaciones con las bases españolas de la Antártida, y de recoger los datos. Nanosat tiene una vida útil estimada de 2 años, lo cual significa que si hay suerte podrá funcionar durante tres o cuatro. ¡Aúpa Nanosat!
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